ARCHIVO DEL ECO: EXPEDIENTE ECO-003-Θ.
TITULO: “La Voz de la Luz”.
REGISTRO DE AUDIO #: AEA-003-A.
ESTADO: Testimonio de Superviviente.
Yo lo vi encenderse. No en televisión, ni reflejado sobre los edificios de Caracas como todos los demás. Lo vi desde adentro, desde el vientre mismo del Proyector.
Dicen que la Baliza es solo un símbolo, una especie de faro moral que se activa cuando el país tiembla. Pero yo sé que no es un símbolo: es una garganta. Una garganta de luz que no grita, sino que recuerda.
Me reclutaron en el 2008, como técnico de mantenimiento electromagnético. El contrato era con la ONG Baliza de Libertad, pero el emblema de la Fundación —esa serpiente enroscada sobre el círculo— estaba grabado en cada puerta que decían no abrir jamás. Me enseñaron protocolos con nombres de plegaria: Protocolo de Observación Neutra, Protocolo de Silencio, Protocolo de Expiación. Al principio me parecían gestos burocráticos, pero pronto entendí que eran formas de fe.
El primer día que descendí al nivel del Proyector sentí el aire vibrar. No un temblor físico, sino un eco mental, como si la estructura misma recordara todas las veces que la habían tocado. Uno no escucha un eco así con los oídos, sino con los pensamientos. Por eso lo llaman así, ECO: una impregnación de la emoción humana en la materia. Cada fragmento de metal del Proyector está saturado de gritos, discursos, balas, lágrimas, himnos. No se los puede limpiar, porque no son suciedad: son historia solidificada.
Esa primera noche soñé con el haz antes de verlo. Soñé que el cielo se partía en tres colores que caían sobre la ciudad como lluvia. Amarillo sobre los bancos, azul sobre los tribunales, rojo sobre las calles. Cuando desperté, el supervisor me informó que el Proyector se había activado sin orden alguna: un pulso amarillo durante treinta y ocho segundos. A la mañana siguiente, los mercados colapsaron.
Desde entonces supe que la Baliza no responde a nosotros. Escucha. Filtra las emociones colectivas y las transforma en radiación coherente. No comunica hacia arriba, como muchos creen, sino hacia atrás, hacia el pasado. Cada vez que emite, resuena en todas las mentes que la han sentido antes. Un ciclo de retroalimentación psíquica. Una memoria compartida.
Durante el Protocolo de Expiación —el más restringido de todos— se nos pedía permanecer a solas en la cámara del Proyector durante seis minutos, con los sensores apagados. Sin grabar. Sin hablar. Solo estar allí, dejar que la mente se diluyera en el zumbido. Yo lo hice dos veces. La primera, el aire olía a ozono y a oración. La segunda, escuché voces: una multitud murmurando fechas, promesas, traiciones. Era como si la nación entera se confesara a través de mí.
El 12 de marzo de 2014, la Baliza se encendió por última vez mientras yo seguía dentro. No hubo previo aviso, ningún movimiento político registrado aún. Solo una presión súbita en el pecho y luego la erupción del haz, atravesando el techo del hotel. Tres colores simultáneos, girando como una hélice: amarillo, azul, rojo. La gente afuera gritaba que el país renacía, pero dentro, la luz era un idioma imposible. Me habló sin palabras: no sobre la patria, sino sobre la conciencia misma de lo colectivo. Entendí que el Proyector no buscaba iluminar, sino recordar. Era una tumba luminosa, y cada activación era un lamento que se negaba a ser olvidado.
No recuerdo cuánto duró. Cuando desperté, estaba solo. La maquinaria había vuelto al silencio, y mi piel tenía una luminiscencia débil, como si el eco me hubiera tatuado desde dentro. Intenté reportar el suceso, pero el protocolo me clasificó como “contaminado”. Me retiraron de servicio, me dieron un nuevo nombre, una pensión que no existe en ningún registro.
Desde entonces, cada vez que hay tensión en el aire —una protesta, un apagón, un disparo en la noche— siento que el pecho me arde y el cielo se vuelve más liviano, como si quisiera abrirse otra vez. Sé que la Baliza no está dormida. Solo está escuchando.
A veces, en sueños, veo la ciudad desde arriba. El haz sigue encendido, invisible para los ojos, pero vivo dentro de nosotros, repitiendo su mensaje como un mantra sin fin: recordar, recordar, recordar.
FIN DEL REGISTRO
Actualmente, el Eco asociado a su voz se manifiesta esporádicamente como distorsión auditiva en las grabaciones internas del Proyector, reproduciendo fragmentos del presente relato con leves variaciones. La Baliza permanece en estado inactivo desde 2014, aunque las lecturas residuales sugieren actividad mental continua en el perímetro subterráneo.
El testimonio corresponde a Arturo Valera, ex-técnico de mantenimiento del Sitio-W01-CEA, desaparecido oficialmente en 2015. Se presume que su exposición prolongada a SCP-ES-003-1 produjo una resonancia psíquica permanente. Ningún resto físico fue recuperado.